domingo, 1 de diciembre de 2013

Hogar, dulce hogar - Home, sweet home

“Estoy en casa”. Qué frase más sencilla y cuánto hay detrás de ella. Porque, ¿qué significa realmente “estar en casa”? Claro, sí, es entrar en el piso en el que vives, pero si damos un paso más allá, ¿no es más bien una sensación? ¿Una sensación de protección, calor, un lugar que te dice “éste es mi sitio”? Bien porque ahí estén los familiares, los amigos, la pareja o el trabajo. Visto así sería eso. Pero ¿qué ocurre con esas personas que se sienten divididas? Sí, por no decir ¿“perdidas”? Para algunas personas quizás sea una situación momentánea. Para otras, sin embargo, es un estilo de vida.

Precisamente en Alemania hay muchas personas que, aunque hayan nacido y crecido aquí, proceden de familias extranjeras y hacen malabares entre dos culturas. En el colegio hablan alemán y obviamente también tienen amigos alemanes, pero en cuanto están “entre ellos”, hablan en el idioma materno y la rutina diaria queda marcada por otras costumbres y otros rituales que, a su vez, tienen que ajustarse a las de Alemania. Y aunque estas personas hagan su vida aquí, en muchas casos ni siquiera tienen el pasaporte alemán ni tampoco se sienten ciudadanos alemanes. Por otra parte, tampoco encajan al 100% en el sitio del que son sus parientes, ya que sólo lo conocen de algún que otro evento familiar y las vacaciones. ¿Dónde está realmente su sitio? Se sienten en un vaivén infinito, como una pieza de puzle que intenta encajar constantemente en algún lugar. De este modo, la situación se convierte en un estilo de vida imposible de cambiar porque –como he dicho antes– se trata de una sensación. Una sensación que te acompaña a todas horas y que, de no ser así, la buscarías de nuevo, simplemente porque ya no sabes vivir sin ella.

Esta sensación también la tienen otras personas como, por ejemplo, aquellas que hace tiempo dejaron su país natal en busca de una aventura y que han rehecho su vida en otro lugar. A ellos les pasa lo mismo: si “regresasen” no se sentirían cómodos. Han estado fuera por demasiado tiempo. Porque, queramos o no, las cosas cambian y evolucionan. Y nosotros, como personas, obviamente también. También están aquellas que pasaron su niñez (y/o adolescencia) en otro país porque, por ejemplo, los padres tuvieron que emigrar por motivos laborales o bien porque siempre tenían que viajar y que luego, ya adultos, regresan a su país natal. Sí, quizás tengan un pasaporte que diga que tienen la nacionalidad ésta o aquella, pero ¿qué sensación tienen? Ni lo saben.  

Hace tiempo leí en un artículo, que trataba de este tema del “hogar”, que precisamente este tipo de personas incluso se habían ido a vivir cerca de un aeropuerto para mantener esa sensación “internacional” de alguna manera. Y lo entiendo. Los aeropuertos tienen ese “algo”, esa mezcla de lo desconocido, con esa gente que corre de un lado a otro, con sus ensimismadas metas. La gente va y viene, viene y va. Como un carrusel que no deja de dar vueltas.

¿Y qué pasa con aquellas personas que, como yo, por ejemplo, son bilingües e incluso tienen dos pasaportes? ¿Las que siempre han tenido ambos pies en culturas distintas? Porque detrás de cada idioma también se esconde una forma de pensar y ésta a veces se puede contradecir bastante. Especialmente cuando la emoción del sur se encuentra con la frialdad del norte. Cuando se siente con calor y se actúa con discrepancia. O viceversa.

No es casualidad que precisamente me lleve mejor con las personas que –por la razón que sea– entiendan esa manera de pensar y que me transmitan esa sensación de “estar en casa”. Reconozco a esas personas porque no les tengo que explicar porque pienso x, siento y y actúo z. Esa persona simplemente lo entiende, independientemente del país en el que me encuentre o el idioma que hable.
Me siento a gusto porque justamente esa persona también se siente independiente (o quizás perdida) como yo. Sí, y esa sensación de “vaivén”, que para algunos es una “inestabilidad”, ya no es una situación momentánea, sino una forma de vida, una filosofía. Encajas en cualquier sitio y a la vez en ninguno. Te identificas con las piezas sueltas del puzle porque sólo contigo pueden formar una imagen completa. En la mayoría de los casos, dichas imágenes se componen mediante detalles minuciosos que a menudo se descuidan si uno no está atento.
Como ejemplo tengo a una amiga mía que conocí en Perú durante mi estancia de cuatro meses. Mi parte alemana entendía su perspectiva finlandesa y ella entendía mi parte española porque había estado viviendo en España un año. Sólo una mirada y todo estaba dicho. E independientemente en qué punto del mapa peruano nos encontrásemos, yo al menos siempre tuve la sensación de “estar en casa”, precisamente porque hablábamos en distintos idiomas mientras nos intentábamos adaptar a una cultura desconocida.
Otro ejemplo es un colega mío con el que me crié en España y que regresó a Alemania cuando era adolescente. Después de 13 años, en los que prácticamente no tuvimos contacto alguno, nos reencontramos en Colonia. Desde un primer momento esa sensación de “hogar” volvió a estar ahí, especialmente cuando empezábamos la frases en alemán para luego acabarlas con un típico “illo” andaluz. Y cuando el destino quiere, estas imágenes incluso cuentan con su propia banda sonora, porque nada más sentarnos en el primer bar, sonó Entre dos tierras de Héroes del Silencio que tanto nos recordó a España. Lo siento, pero no creo en las casualidades, al igual que cuando visité a esta amiga en Helsinki y pasamos al lado de unos músicos peruanos que estaban tocando la zampoña, también llamada flauta de pan. Hay que tener los ojos abiertos para ver esas imágenes.

Estas imágenes las tratan de componer ahora mismo también los muchísimos “recién llegados” que vienen a Alemania. Sobre todo en la capital hay cientos de piezas de puzle españolas que vienen aquí para intentar construir algo. Y entonces se montan en este carrusel llamado Berlín, donde la gente, al igual que en los aeropuertos, va y viene, se pierde, se encuentra y busca metas, intentando encajar en algún sitio. Para algunos esta sensación de “estar perdido” es una “situación momentánea” porque no saben por cuánto tiempo se quedarán; para otros se ha convertido en una “forma de vida” porque han aprendido a compaginar ambas rutinas culturales o/y (ya) no se sienten identificados con España.
Como dice el título de la canción, en ambos casos éstos se encuentran Entre dos tierras, donde a menudo les acompaña esa nostalgia que no se apaga nunca, pero - como dice una amiga mía - “Tener nostalgia es bonito”. Y aunque a veces no se sepa qué es lo que verdaderamente se anhela, llega un momento en el que se aprende a convivir con ese sentimiento.
Cada uno decide si este vaivén es una “situación momentánea” o  una “forma de vida”, pero una cosa está clara: Siempre quedará la libertad de elegir dónde decir “estoy en casa”. Y eso no lo puede decir cualquiera.



Este texto se lo quiero dedicar a todos los que “van y vienen”, pero en especial a Florian y Steffi, con quienes – en tiempos distintos – mantuve la misma conversación acerca de este tema. Donde quieran que estén vuestras raíces, nunca dejéis de volar. 



“Ich bin zu Hause”. Was für ein einfacher Satz und wie viel doch eigentlich dahinter steckt. Denn, was ist das genau, „zu Hause sein“? Klar, es ist die Wohnung zu betreten, in der du wohnst, aber wenn wir einen Schritt weiter gehen, ist es nicht eher ein Gefühl? Ein Gefühl von Geborgenheit, Wärme, ein Ort, wo man weiß „das hier ist mein Platz“? Entweder, weil dort die Verwandten sind, die Freunde, der Partner oder der Beruf. So gesehen wäre es nämlich genau das. Aber was ist mit den Menschen, die sich in zwei geteilt fühlen? Ja, um nicht zu sagen, irgendwie „verloren“? Für einige mag es vielleicht ein momentaner Zustand sein. Für andere ist es eine Lebensart.

Gerade in Deutschland gibt es viele, die zwar hier geboren und aufgewachsen sind, aber deren Familien aus anderen Ländern kommen und somit zwischen zwei Kulturen groß werden. In der Schule wird deutsch gesprochen und sie haben auch deutsche Freunde, aber kaum sind sie wieder „untereinander“, wird in der Heimatsprache geredet und andere Sitten und Rituale bestimmen den Alltag, den man wiederum „irgendwie“ den deutschen anpassen muss. Und obwohl diese Menschen hier ihr Leben meistern, haben sie oft nicht mal einen deutschen Pass oder fühlen sich oft nicht als deutsche Bürger. Aber auch da, wo sie eigentlich herkommen, passen sie nicht 100% hin, weil sie ihre Heimat nur aus dem Urlaub und von Familientreffen kennen. Wo ist ihr Platz genau? Sie fühlen sich die ganze Zeit hin- und her gerissen. Es ist ein Gefühl, dass sich wie ein loses Puzzlestück verhält, das ständig versucht, irgendwo rein zu passen.  Und so verwandelt sich die ganze Sache so nach und nach in eine Lebensart, die sich nicht ändern lässt, denn –wie gesagt–es handelt sich um ein Gefühl. Ein Gefühl, das nicht los lässt und wenn es loslassen würde, man erneut danach suchen würde, weil man es einfach nicht anders kennt.

Dieses Gefühl haben auch andere Menschen, z.B. die, die vor langer Zeit ihre Heimat verlassen haben, um irgendwo ein Abenteuer anzufangen und ihr Leben woanders aufbauen. Denen passiert es genau so: Würden sie „zurück kehren“, würden sie sich nicht mehr wohl fühlen. Sie waren einfach zu lange weg. Denn, ob man will oder nicht, die Dinge verändern und entwickeln sich. Und wir selber als Menschen natürlich auch.
Es gibt auch die, die ihre Kindheit in einem anderen Land verbracht haben, weil z.B. die Eltern aus beruflichen Gründen auswandern oder generell viel reisen mussten und später, als Erwachsene, zurück in die eigentliche Heimat gehen. Ja, sie mögen einen Pass haben, der sagt, dass sie diese oder jene Staatsangehörigkeit haben, aber was sagt das Gefühl? Sie wissen es selber nicht.

Vor einiger Zeit las ich einen Artikel, in dem es über diese „Heimatssache“ ging, dass einige, die während ihrer Kindheit oft verreist und umgezogen waren, jetzt als Erwachsene sogar in die Nähe eines Flughafens gezogen waren, um dieses „internationale“ feeling auf irgendeiner Art und Weise zu behalten. Kann ich nachvollziehen. Flughäfen sind toll. Sie haben dieses Fremde an sich, diese von A nach B rennenden Leute, mit ihren gedankenverlorenen Zielen. Die Menschen kommen und gehen, gehen und kommen. Wie ein Karussell, das sich dreht.

Und was ist mit denen, die  –wie ich–, zweisprachig aufgewachsen sind und beispielsweise zwei Pässe haben? Die immer mit beiden Füssen in zwei verschiedenen Kulturen stecken?  Denn hinter jeder Sprache verbirgt sich eine Denkweise und diese kann sich im Alltag manchmal sehr widersprechen, gerade wenn es um den emotionalen Süden und dem sachlichem Norden geht. Wenn warm gefühlt aber mit Distanz gehandelt wird. Oder auch mal umgekehrt.

Es ist kein Zufall, dass ich mich gerade am besten mit denen verstehe, die diese Denkweisen – aus welchen Gründen auch immer – nachvollziehen können und die mir irgendwie ein „Ich bin zu Hause“-Gefühl vermitteln. Ich erkenne diese Person daran, weil ich ihr nicht erklären brauche, warum ich so denke, so fühle und so handele. Diese Person versteht es einfach und gibt mir unbewusst dieses „Ich bin zu Hause“-Gefühl zurück, egal, in welchem Land ich mich gerade befinde oder welche Sprache ich spreche.
Ich fühle mich wohl, weil diese andere Person nämlich genauso ungebunden (oder vielleicht verloren) ist wie ich. Ja, dieses „Hin und her“-Gefühl, was für manche als „Instabilität“ gesehen wird, ist kein Zustand mehr, es ist eine Art zu Leben, eine Philosophie. Du passt überall hin und doch nirgendwo. Du identifizierst dich mit den losen Puzzlestücken, weil sie nur mit dir zusammen ein komplettes Bild ergeben. Jene Bilder kommen meist durch kleine Details zustande, die schnell übersehen werden können, wenn man nicht aufpasst.
Als Beispiel habe ich eine Freundin, die ich während meines viermonatigen Aufenthalts in Perú kennenlernte. Mein deutscher Teil verstand ihre finnische Perspektive und sie konnte meine spanische verstehen, weil sie selbst für ein Jahr in Spanien gelebt hatte. Nur ein Blick und alles war gesagt. Und egal, wo wir uns gerade auf der peruanischen Landkarte befanden, ich zumindest hatte immer das Gefühl, doch irgendwie „zu Hause“ zu sein, gerade weil wir in verschiedenen Sprachen redeten, während wir versuchten, uns der südamerikanischen Mentalität anzupassen.
Ein anderes Beispiel ist ein Kumpel von mir, der mit mir in Spanien aufwuchs und als Teenager zurück nach Deutschland zog. Nach 13 Jahren, in denen wir praktisch nichts voneinander hörten, trafen wir uns in Köln wieder und dieses Gefühl von „Heimat“ war komplett wieder da, als wir, wir früher, Sätze auf Deutsch anfingen und mit einem perfekten andalusichem Akzent beendeten. Und wenn das Schicksal mitspielen möchte, haben diese Bilder manchmal auch einen eigenen Soundtrack: Denn kaum hatten wir uns auf den ersten Barhocker hingesetzt, dröhnte der Song  Entre dos tierras von Héroes del Silencio (übersetzt Zwischen zwei Erden). Sorry, aber ich glaube nicht an Zufälle. Es war auch kein Zufall, dass, als ich diese Freundin aus Perú in Helsinki besuchte, wir an peruanischen Panflöte spielenden Musikanten vorbei liefen. Man muss die Augen offen halten, um diese Bilder zu erkennen.   

Diese Bilder versuchen auch gerade viele Neuzuwanderer in Deutschland zusammenzustellen. Vor allem in der Hauptstadt gibt es Hunderte von spanischen Puzzlestücken, die her kommen und versuchen, sich hier etwas aufzubauen. Und dann steigen sie ein, in dieses Karussell Namens Berlin, wo Leute -wie an den Flughäfen- ein- und ausgehen, sich verlieren und wiederfinden und gedankenverloren ihre Ziele verfolgen, um irgendwo rein zu passen. Für manche ist diese Verlorenheit ein „momentaner Zustand“, weil sie nicht wissen, wie lange sie bleiben werden; für andere ist es eine „Lebensart“ geworden, weil sie gelernt haben, das Gleichgewicht der beiden kulturellen Alltagen zu halten und sich selber mit Spanien nicht (mehr) identifizieren (wollen). In beiden Fällen befinden sie sich, wie im Titelsong, Zwischen zwei Erden. Manchmal begleitet ihnen sogar eine ständig Sehnsucht, die sich nie abstellen lässt. Aber wie eine Freundin von mir immer sagt: „Sehnsucht haben ist schön“. Auch wenn man nicht weiß, nach was man sich genau sehnt, lernt man irgendwann, mit diesem Gefühl umzugehen.
Ob es ein „momentaner Zustand“ ist oder eine „Lebensart“, das ist jedem selbst überlassen. Aber eines ist klar: Sie –wir– werden immer die Freiheit haben, zu entscheiden, wo „zu Hause“ ist. Und das können nicht viele sagen.


Diesen Text möchte in an all´ die Leute widmen, die auch kommen und gehen, aber vor allem an Florian und Steffi, mit denen ich – zu verschiedenen Zeiten – das gleiche Gespräch über dieses Thema hatte. Wo auch immer eure Wurzeln sein mögen, hört nie auf, zu fliegen. 

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